El poder de la autoestima
Han pasado muchísimos años, y hace muchos que desgraciadamente ya no está, pero recuerdo como si fuese ayer a mi vecina, Silvia. Nos conocíamos de toda la vida, vivíamos puerta con puerta. Cuarto primera sus padres, cuarto segunda los míos. Ella era unos 5 años mayor que yo. No parecen muchos, pero cuando yo tenía unos 12 años y ella unos 17, era mi heroína. Morena, ojos grandes y expresivos, y sobre todo, una sonrisa y una alegría arrolladoras. Me fascinaba la facilidad que tenía para ligar, y además con chicos guapísimos. Su novio era el chico más encantador y atractivo del mundo. Me acuerdo sentada en su cama, mirándola mientras se arreglaba y me contaba dicharachera sus aventuras. No era especialmente guapa. De hecho en el barrio había chicas consideradas mucho más guapas, pero ella tenía algo especial. Ese algo era su luz interior, su autenticidad, su seguridad, su simpatía, su punto rebelde, su vivir la vida como ella quería, coherente con ella misma. Silvia se creía guapa, se veía guapa y se sentía guapa. Y eso, la hacía brillar.
El otro día recibí un video en el que la genial Susi Caramelo dice que ella es la primera persona autodiagnosticada de pibonexia. Siento decirte querida Susi, que no, que no eres la primera, mi amiga Silvia ya disfrutaba de este “exceso de autoestima impresionante”. Ojalá fuese contagioso. ¿O sí lo es? 😉